lunes, 14 de noviembre de 2011

UN HECHO ESCOLAR

Son casi las diez. La asamblea, en la que tan solo habla la profe, lleva tres cuartos de hora funcionando, y los niños apenas se mueven de su sitio. Algo que parece un milagro, teniendo en cuenta que sólo tienen tres años. A. tiene un juguete pequeño en la mano. No se ve bien lo que es, pero lo manipula en silencio esperando a que termine la asamblea. De pronto, sin dejar de hablar del otoño, la maestra se levanta y le quita el juguete a A., se vuelve a sentar y continúa su charla. A. está compungido, el juguete debe ser importante para él, porque se tapa la cara para reprimir el llanto. La maestra vuelve a levantarse y le coge de la mano. "Ven aquí", le dice, "si no sabes comportarte como un mayor, te vas a tu sitio a sentarte". A. se resiste, no quiere que le separen del grupo y le sienten a él solo en una silla. "Es el momento de aprender, no de jugar", dice la profesora. A. insiste, quiere quedarse con todos en la alfombra. La maestra vuelve a su silla y continúa diez minutos más con la asamblea.
A. no sólo reprime el llanto, también el gesto de desdicha.

A menudo siento dolor por los niños que están en los colegios.
Y a menudo siento vergüenza, ya no sólo por la falta de formación que tenemos los maestros, que no sabemos realmente cómo funciona un niño, ni lo que necesita para desarrollarse; sino también las actitudes autoritarias y sin sentido, que hacen mucho daño a estas pequeñas criaturas, que son nuestro futuro.

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