lunes, 14 de noviembre de 2011

UN HECHO ESCOLAR

Son casi las diez. La asamblea, en la que tan solo habla la profe, lleva tres cuartos de hora funcionando, y los niños apenas se mueven de su sitio. Algo que parece un milagro, teniendo en cuenta que sólo tienen tres años. A. tiene un juguete pequeño en la mano. No se ve bien lo que es, pero lo manipula en silencio esperando a que termine la asamblea. De pronto, sin dejar de hablar del otoño, la maestra se levanta y le quita el juguete a A., se vuelve a sentar y continúa su charla. A. está compungido, el juguete debe ser importante para él, porque se tapa la cara para reprimir el llanto. La maestra vuelve a levantarse y le coge de la mano. "Ven aquí", le dice, "si no sabes comportarte como un mayor, te vas a tu sitio a sentarte". A. se resiste, no quiere que le separen del grupo y le sienten a él solo en una silla. "Es el momento de aprender, no de jugar", dice la profesora. A. insiste, quiere quedarse con todos en la alfombra. La maestra vuelve a su silla y continúa diez minutos más con la asamblea.
A. no sólo reprime el llanto, también el gesto de desdicha.

A menudo siento dolor por los niños que están en los colegios.
Y a menudo siento vergüenza, ya no sólo por la falta de formación que tenemos los maestros, que no sabemos realmente cómo funciona un niño, ni lo que necesita para desarrollarse; sino también las actitudes autoritarias y sin sentido, que hacen mucho daño a estas pequeñas criaturas, que son nuestro futuro.

domingo, 6 de noviembre de 2011

COMENZAMOS CON LOS DEBERES

A Kirikú aún le queda un año para pasar a Primaria, y ya nos han mandado un trabajo para casa, algo relacionado con las letras, porque su cole, para no dejar de parecerse a los otros colegios, tiene especial obsesión con la lectoescritura.
"¿Tú quieres hacerlo?", le pregunté. "Sí", me contestó.
Bueno, si quiere hacerlo, tampoco me voy a oponer, y puede ser bonito trabajar juntos.
El caso es que a Kirikú le gusta mucho dibujar y escribir. Dibuja unas historias llenas de monstruos, dinosaurios, naves espaciales en las que viajamos Papichulo, Golosina, él y yo. Luego, con gran esfuerzo e interés por su parte, escribe el título del dibujo, o lo que a él le parece a bien escribir.
Sin embargo, este trabajo de las letras es algo parecido, pero mucho más limitador. No puede dibujar lo que su mente en ese momento maquina, tiene que dibujar algo que empiece por la letra que a la profe le ha dado la gana. No puede escribir la frase que desee (y seguramente más complicada), sino que tiene que escribir palabras que contengan dicha letra...
Kirikú afrontó la tarea con una ilusión inicial que poco a poco se fue apagando; de hecho tuve que insistirle en un par de ocasiones, hasta que un día le dije:
"Mira, si no quieres hacerlo, lo dejamos y hablo con tu profe".
"No, no"
"¿Qué pasa si no lo haces?"
"Me castiga"
"¿Estás seguro?"
Me entristeció mucho constatar que mi hijo en el cole trabaja por obligación y no por vocación, como hace en casa. Al trabajar así se pierden grandes oportunidades de aprendizaje real y satisfactorio para los niños.
En su colegio hacen cosas muy bonitas y estoy segura de que muchas de ellas Kirikú las disfruta; pero según va subiendo de curso, estas cosas van desapareciendo, y sé que cada vez irá trabajando más por obligación.
¿Y qué pasará cuando me plante ante su profe y le diga "oye, que Kirikú no va a hacer los deberes"? Posiblemente él mismo no me permita hacerlo, por no vivir la tensión que yo misma vivo: la contradicción entre lo que piensas y eres, con lo que se vive en el colegio.